jueves, 14 de agosto de 2014

Mi primer parto

Hace ya 3 años y 7 meses del parto de mi Peque, pero si me relajo y hago memoria, soy capaz de revivir cada momento…

Andaba yo embarazada de 40 semanas y 6 días, y era 5 de enero. Aquí el protocolo habitual es que si todo va bien y aún no te has puesto de parto, te vean en monitores del hospital a las 41 semanas. Las 41 semanas las hacía el día 6, festivo, y fue por eso que me adelantaron la cita un día.

Aquella noche había tenido contracciones, pero muy poquita cosa. Tan poca sería, que estando en los monitores tuve alguna del mismo nivel, y sin embargo, no se registraban. Al salir, decepcionada porque parecía que lo que yo creía que era una contracción no lo era (primeriza que era yo… ahora sé que ser, lo eran, pero de poca intensidad), me exploraron y me hicieron una ecografía. La exploración dijo que tenía el cuello borrado y empezaba a dilatar (¡bien!) y la ecografía, que mi Peque estaba muy bien de peso y muy corto de líquido amniótico, así que el médico decidió que ingresaba para inducción.

Recuerdo que me quedé paralizada, y que lo primero que hice fue ponerme a llorar como una magdalena. No me lo podía creer… ¿Ya ese día? ¿El día de la cabalgata de Reyes? ¿Así de pronto? En fin… que estaba claro que en cualquier momento iba a llegar, pero me pilló totalmente desprevenida.
Para mi fortuna mi ginecóloga estaba aquel día de guardia y fue ella la que se encargo de arrancar el parto rompiéndome la bolsa. Eran entonces las 14:30 y resultó que líquido tenía en cantidad, pero había meconio, así que igualmente vino “bien” la inducción.

Los Reyes Magos también andaban por allí

En seguida las contracciones comenzaron a ser más intensas y frecuentes, y a las 17:25, con poco más de 3 cm de dilatación, me pusieron la (bendita) epidural. Lo mío fue un parto de riñones, y recuerdo que justo antes de avisarme para que fuera a la sala donde estaba el anestesista, vomité lo poco que había ingerido aquella mañana. El pasillo entre mi habitación y la sala donde me esperaba el anestesista se me hacía infinito… Hasta 3 veces tuve que pararme porque me asaltaba una contracción. Una vez allí, el hombre fue todo lo rápido que pudo, y en cuestión de pocos minutos, ya me estaba haciendo efecto.
He de decir que aquella anestesia me sentó genial. No me dolió que me la pusiera, y me dejó la sensibilidad justa para notar las contracciones. ¿Lo malo? El parto se frenó un poco y a las 19:30 decidieron “animar” la cosa poniéndome oxitocina.

A esa hora había ya un ambientazo en los pasillos de dilatación del hospital considerable… Se escuchaban villancicos, y los Reyes Magos andaban dando regalos. Justo cuando llegaron a la puerta de mi habitación, sobre las 21:30, andaba yo ya en dilatación completa y empujando para que bajara mi Peque. Le pedí a mi madre que le dijera a Sus Majestades que no entraran, pero no se fueron sin dejarme mi regalito ;-)

Cuando llegamos a paritorios todo fue muy rápido, aunque ahí llegó lo que fue lo peor de mi primer parto. Y es que una vez en el potro, como me notaba las contracciones, la matrona se limitó a decir: “Cada vez que te notes una contracción, empuja con todas tus fuerzas”, y se fue al otro extremo del paritorio, de espaldas a mí, creo recordar que a hacer algún tipo de papeleo… Y allí me dejó. Recuerdo a mi marido preguntarle si debía ser así siempre, acordándose de aquello de los pujos guiados que nos explicaron en las clases de preparación al parto, y ella repitió que sí… ¿Resultado? A las 22:00 mi Peque salió tras unos pocos empujones, con sus 3,950 gramos, pero yo acabé con un tremendo desgarro de tercer grado.

El Peque estaba estupendamente y en seguida me lo pusieron encima, iniciándose nuestra lactancia, pero mi recuperación del desgarro fue bastante dura… En ese sentido me quedé con muy mal sabor de boca, y me dije a mí misma que no volvería a repetir un parto allí, y sin embargo, allí que me fui también para mi segundo parto, aunque eso ya será en otra entrada :-)